Por distintas razones, pequeños países como Uruguay, Costa Rica o Ecuador se quedaron solos en América Latina nadando contra la corriente progresista, en auge en la región. No obstante, aún queda por ver qué sucederá finalmente en Brasil en las presidenciales de octubre.
Del resto de países que componían el denominado Grupo de Lima, una asociación de más de quince gobiernos del continente, no queda más que un recuerdo. Atrás quedó el glorioso, aunque precoz, «ciclo de derecha» que gobernó un cúmulo importante de países en el lustro que cerró la segunda década.
Aunque en esos años, las ínfulas de superioridad moral del conservadurismo reinante hicieron pensar que se venía una hegemonía por décadas, realmente el ciclo duró muy poco. Al final, su empuje se vio reducido a unos años que sirvieron de un paréntesis, una alternancia que en muchos casos funcionó a la propia izquierda desgastada, debido a que el electorado les prefirió nuevamente en la primera oportunidad electoral que tuvo.
La derecha elitista radical que impuso su agenda en aquellos gobiernos conservadores impidió una articulación duradera con el malestar popular que habían producido los gobiernos progresistas. Si bien en los países de la región el conservadurismo tiene un electorado bastante más amplio que la mera clase alta y media-alta (minoritaria) que les dirige, queda muy disminuido si pierde el respaldo de las clases populares, lo que permite a la izquierda oxigenarse mientras está en la oposición y luego volver con mayor impulso.